lunes, 19 de noviembre de 2012

 (Para leer en cualquier orden)

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Ese miedo impune que me asalta cuando cerrás la puerta y me invade la incertidumbre de tu retorno. Habíamos discturido, eso no lo iba a negar el aire, y hecho el amor luchando entre las sábanas. Lo que desencadenaba tanto amor pronto se trocaba en ira. Te fuiste dejando el interrogante de si te arrojabas a mis brazos los que te levantaban casi por incercia, casi por casualidad. Lo menos cierto de esa certeza de que volverías era mi potencial en vos. Que volverías somnolienta a abrazarme en el apuro de dormir sin frío y sin problemas.
Tal vez debiera usar el tiempo sólo en el debate de solucionar cuestiones. Pero me hallaba y me perdía en reflexiones que tontamente me equidistaban del momento de tus labios y el figurado espectro de tu mirada degradé. Al final volverías, porque yo lo sabía. Con las lágrimas en tu pecho y la grieta de tus hombros.
Alguna noche me escapé yo de esta farsa jugueteada de dos partes en conjunto. Viví en mi carne el extraño sabor de correr como en éxtasis para que esperes mi vuelta, que es lo más seguro del mundo. Atado a tu tronco de ramas tímidas.
Ya no quería sufrir como sufre el que no conoce su sentencia. Pero tampoco quería escucharla y saberme sentenciado. En el fondo de sus besos reconciliación había genuino amor. Ese puro encuentro no podía ser falaz. La ternura le invadía los cachetes, no es casualidad el rubor tan nuestro. Tan nuestro como las esperas y los cruces dolorosos que me infectan una herida que nunca se abrió.
Pronto amanecería, y mis ojos achicharrados encontrarían tu figura en la penumbra circundante, que viene por un momento donde sentirse contenida. Hay mucha inseguridad en tus pasos, eso lo noto, y con el amanecer se acentúa. Pronto amanecería para los dos, para mí desde la cama que me templa, y para vos, desde la calle que te hiela. Pero, ¿Y si no volvías? No me cabía la idea en mis prosibilidades, el no retorno. Tal vez estuvieras ya lejos de mi alcance, tan alejada que el eco de mis pensamientos no era oído por tu sien. ¿Cómo podría saberlo? Correr atrás de vos, para buscarte en un callejón donde te encontraría con la seguridad que me invade siempre que estoy inseguro con algo. ¿Y después qué? Arrastrarte a mi cama para esculpir tu figura, apalabrar un contrato fiel y utópico, volvenos la unión de dos mares. ¿Y morirnos? Alejar las crueldades que nos rodeaban (y nos habitaban) para encontrar extrañamente la solución a un problema lejos de ser ideal. O te reirías en mi cara de las ocurrencias que me desviven (¿Y me besarías o te irías?).
A lo mejor, sería bueno que no vinieras, y que todo fracasara como está predestinado. ¿Los recuerdos valen más que los zarpazos? Es mejor valerme de mi propio esfuerzo de mejorar mis cosas, superar los dolores, elevarme sin pensar cíclicamente en cómo nos lastima el vaivén. Me pareció escuchar la puerta de entrada. Tu silueta completa el umbral, me mira con una sonrisa.

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Me alejé y alejé corriendo de una casa mortal con abrazos que saben a final. Las palabras sonaron escupidas y faltas de postura. Un manojo insultante de vocablos. Percibí el repulsivo ambiente de sus brazos con calor y sus ojos deslustrados. Tan llena de él, que me daba arcadas.
Seguramente terminara volviendo sumisa a su ardiente colchón de sueños, para dejarme succionar la energía y derrotarme en mi cansino orgullo. Las noches tendrían que pasar repetidas y como un intento fallido entrar a base de error en mi entendimiento. ¡Qué difícil la compostura con la solución temporal a un dedo de distancia!. Un beso y un perdón, sin mirar debajo de la cama al sinfín de siniestras cuestiones de las que no se habla. La simpleza del olvido cuando el perdón es tan caro. Bah, la simulación del olvido. Y mirá para otro lado. Esas cosas nos mueven los esqueletos. El buscar su amor y a su manera definir un tronante prefijo que nos caracterice. Los protoamantes venejecidos del desencuentro.
Habíamos hecho el amor. ¿Eso es hacer el amor? Con la nariz fruncida y la estocada de estar en el lugar de unos cuantos anónimos para mi pensar. No te iba a inculpar, de eso se trata estar juntos, esas son nuestras reglas. Las cosas que no se tocan, las cuestiones que no se zanjan y las palabras que no se dicen.
Me debías estar esperando, muy satisfecho de vos mismo, de tu inteligencia sin precedentes, como un chico que pierde un juguete y que le traerán uno nuevo, a la espera de mis brazos que caen siempre menos hoy. Haberse ido para siempre no es cosa de todos los días.
Amanecería en un par de horas, pero no para mí. ¿Desfiguraría la apocalíptica espera la tentación de querer dejar de sufrir? El momento de gloria, el cenit de mi fama de cantautora cómica en las relaciones. Había una simple complejidad de obsesión de sus mares y los míos, con aguas y olas de densidades dispares, que se chocan y se superponen y así forman un mar en la frontera de aguas, algo tan poco probable como mi volver esa noche. Me terminaría llamando por un beso triste y tenue, luego intenso y más triste, pero para nada sincero. ¿Cúanto sincero desamor hay en un beso? De mi parte, el vacío propio, y la incercia de la gravedad que nos atrae y no suelta las manos.
Ya el calor se siente asomar por el horizonte desperfecto, y calentar mi cuero cabelludo, base de opreaciones de mi despeine y los razonamientos veloces. No volvería. Estaba decidido desde un principio. Lo encontraría ahí tendido, sin hacer ni un esfuerzo por encontrarme con la seguridad de que y lo encontraría a él. Era un poco de asco, capaz, o un poco de lástima, y tenerlo en mis brazos, y que me tenga en los suyos como si teniéndonos mutuamente evitáramos caer a los abismos de los charcos.
A lo mejor, tendría que volver y solucionar las cosas de frente, lograr evolucionar y desvanecer grietas. Hizo algo de ruido la puerta de entrada. Mi silueta completa el umbral. Y él me mira y sonríe. Yo voy a caer.

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