miércoles, 31 de marzo de 2010

Quiero verte bailar, ejecutar con precisión el ritual en el cual destellás diamantes, en el que erotizás las palabras que brotan del sabor de tu figura. Amacá mi mente, mis heridas, que ya no son nada cuando en tus giros me entrevés. Mirá.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El incienso que afloraba nuestras bocas era el premio ante el juego de azar que perpetuaba sólo el goce de los labios.
Un patinaje de jugos, un brebaje que se cuela entre los dientes y abraza ese ínfimo cosmos.
La supernova orgásmica que desplaza las galaxias carnosas, la cura de diablos azotadores y sádicos.
Adoré la mansa superficie de sus ojos, entreabiertos, espías entre el arremolinado morder y el compás acompasado de esa música silenciosa.
Improvisábamos el teatro de gigantes diminutos de nuestros vapores, mientras conocíamos el desnudo, con el tácto frágil, con los poros labiales, erizando cuadros entre los brillos acuáticos.
El nerviosismo ansioso infantil nos invadía al embellecer los cuellos, al vampirizar tiernamente los pálpitos sanguíneos.
Las palabras se me olvidaban en aquella cacería libre de culpas, el carnaval de colores que nos salpicaban la lengua.
Nunca fui buena para los silencios y cuando aquellas se formaban eran ínfimos, y parecían de hartos años luz, y cuando sucedían nos quemábamos los ojos viendo la dilatada carne ante ese sexo labial, ansiando probar más en un espiral viscoso y caliente de fuerza y de amor.
Si unos centímetros nos alejaban para renovar el aliento, cantábamos enmudecidos armonías de anclado y enumerábamos los latidos prisioneros en los pechos que remarcaban ese deseo de besarnos al sincronizar.