viernes, 31 de diciembre de 2010

Me fascinan los atardeceres. Esos últimos vestigios del día, el último asomo de la mirada del sol. Cada uno es único, cada uno tiene una historia que contar, un recuerdo que rememorar, un olvido para sumar. La gente los observa con agrado, belleza y admiración en sus miradas, encontrando la gloria momentánea que moja el espíritu y embadurna el alma. Las personas olvidan sus olvidos, recuerdan sus memorias y viven sus futuros.

El último ocaso que vi fue largo, tal vez el más largo que haya visto jamás en todos mis años, y el que más ardía, no sólo por el fuego del sol y sus rayos, sino también en mi cabeza, haciéndome volar en cada palabra hasta el techo cerebral, estallándolo y elevándome al espacio, al infinito.

Ese día yo estaba sólo. Los días se habían consumido, absorbidos por una demoledora realidad que antaño jamás había vivido. Si bien perdí, encontré.

Pido perdón, a la vida y a su persona, si mis palabras son confusas o carecen de sentido alguno para cualquier extraño. Quiero ante todo recorrer los caminos que me dejaron donde estoy hoy, quiero mostrar la luz ante el juicio de su mente, y de la mía.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Quiero que todo me sepa a lo último que sienta. Quiero oler la tierra en tu pelo y saberme único. Quiero pagar el precio por lo que no se si me merezco. Quiero que cada bocanada de aire contenga tu aliento. Quiero que cada silencio grite mis sueños. Quiero que las líneas de tu piel se confundan con el viento. Quiero poder verte en todo y no aburrirme si lo intento. Quiero que me mires despacito y sin apuros te me acerques. Quiero que no haya horizonte más lejano que tu cintura, ni nada tan cercano como tu luz.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Dentro de nuestro afuera se gestó esta tormenta, que hoy azota implacable la lejanía irrisoria que hiela el lecho y profundiza la mullida soledad que ambos transitamos ignorantes. Si nos dividimos hay un desacierto de abrazos exánimes y un discutible adiós improvisado. Se me atraganta la bruma aromática incontrolable, quedó en mi puerta después de ese recuerdo. Todavia no se va a ir. Los tamborilleros redoblan su intención, y ya no estoy tan seguro de nada más que de lo que escucho. Me traiciona mi exaltada impunidad, mi grito primordial y nefasto, lo poco que pensé lo impensable. Necesito mi necedad.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Vuelve. Tal vez se desarmen las valijas de los sueños, y los saltarines colores con los que nos miramos se opaquen. Tal vez al partir tengas que abrir una puerta, que en el retorno ya no esté. Tal vez se fragmente la elegancia de los besos, y se degrade tu propia agonía. Tal vez los estertores de tu amor no sean mortales. Tal vez no creas en nuestra reencarnación para nada carnal. Tal vez sepas más de lo que te proponés convencer. Tal vez no haya empeño que nos eleve hasta el abismo, o que nos obligue a tocar fondo de tierra y agua. Tal vez llueva cuando los portones se abran, y esté la comida para sentarnos a jugar con ella sin hambre, y sin poder hablar. Tal vez la congoja no nos estrangule, ni nos descuartice evitar los cielos y sus respectivos infiernos. Tal vez haya en esta casa, o en la que nos espera, una manera de no tener miedo. Tal vez vuelva yo, si vos ya volviste de mí.