domingo, 23 de diciembre de 2012
Ver como duerme, y pensar que no hay belleza
más pura que la desgastada en las manos, en la cabeza, y que encuentra
un momento elegido en el azar del infinito conjunto de momentos para
trazarse con el mío, que admira su belleza como la pieza de arte que es
su respiración regular y su pecho frío y erecto con la matinal brisa que
nos invade (y no nos desagota) y el cambio imprevisto a una postura de
comodidades imperceptibles. En ese momento maquinaba ya mi mente con la
idea de que poblaba sus sueños, los sueños de la polaca, y que en ellos
los ideales de ternura mucho tenían que ver conmigo. Un mundo donde los
habitantes hicieran un amor como el nuestro, lleno de sutilezas, un amor
instantáneo (no por su inmediatez sino por sus lapsos afectivos y
espontáneos).
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