Una
confesión: de tanto pasado, el pisado fui yo. De tantos sueños, se me enredó la
manera que me eleva. Y ahora me chupa la sangre el estancamiento de la muerte
recursiva, del recuerdo anegado y de la discapacidad de aprehender lo que se
hace y no se piensa. La ira que decanta alelada de la tumefacción por su fiebre
(el alimento de tu pueblo). El abrazo
que me condena, el abrazo del final, el abrazo de la ansiedad por ese abrazo
que no se da, que no se dio, por la cuestión que nos apuñala y nos acongoja. El
instante en que se deja el uno para fundirse en el resto. El aire, la verdad
(invisible), levantarse, mirarse al espejo y encontrarse con la lluvia matinal.
Desaparecer, un degradado paulatino de
lo que me corresponde por derecho.
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