jueves, 8 de noviembre de 2012



Una confesión: de tanto pasado, el pisado fui yo. De tantos sueños, se me enredó la manera que me eleva. Y ahora me chupa la sangre el estancamiento de la muerte recursiva, del recuerdo anegado y de la discapacidad de aprehender lo que se hace y no se piensa. La ira que decanta alelada de la tumefacción por su fiebre (el alimento de tu pueblo).  El abrazo que me condena, el abrazo del final, el abrazo de la ansiedad por ese abrazo que no se da, que no se dio, por la cuestión que nos apuñala y nos acongoja. El instante en que se deja el uno para fundirse en el resto. El aire, la verdad (invisible), levantarse, mirarse al espejo y encontrarse con la lluvia matinal. Desaparecer, un degradado  paulatino de lo que me corresponde por derecho.

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