(Para leer en cualquier orden)
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Ese miedo impune que me asalta cuando cerrás la puerta y me invade la incertidumbre de tu retorno. Habíamos discturido, eso no lo iba a negar el aire, y hecho el amor luchando entre las sábanas. Lo que desencadenaba tanto amor pronto se trocaba en ira. Te fuiste dejando el interrogante de si te arrojabas a mis brazos los que te levantaban casi por incercia, casi por casualidad. Lo menos cierto de esa certeza de que volverías era mi potencial en vos. Que volverías somnolienta a abrazarme en el apuro de dormir sin frío y sin problemas.
Tal vez debiera usar el tiempo sólo en el debate de solucionar cuestiones. Pero me hallaba y me perdía en reflexiones que tontamente me equidistaban del momento de tus labios y el figurado espectro de tu mirada degradé. Al final volverías, porque yo lo sabía. Con las lágrimas en tu pecho y la grieta de tus hombros.
Alguna noche me escapé yo de esta farsa jugueteada de dos partes en conjunto. Viví en mi carne el extraño sabor de correr como en éxtasis para que esperes mi vuelta, que es lo más seguro del mundo. Atado a tu tronco de ramas tímidas.
Ya no quería sufrir como sufre el que no conoce su sentencia. Pero tampoco quería escucharla y saberme sentenciado. En el fondo de sus besos reconciliación había genuino amor. Ese puro encuentro no podía ser falaz. La ternura le invadía los cachetes, no es casualidad el rubor tan nuestro. Tan nuestro como las esperas y los cruces dolorosos que me infectan una herida que nunca se abrió.
Pronto amanecería, y mis ojos achicharrados encontrarían tu figura en la penumbra circundante, que viene por un momento donde sentirse contenida. Hay mucha inseguridad en tus pasos, eso lo noto, y con el amanecer se acentúa. Pronto amanecería para los dos, para mí desde la cama que me templa, y para vos, desde la calle que te hiela. Pero, ¿Y si no volvías? No me cabía la idea en mis prosibilidades, el no retorno. Tal vez estuvieras ya lejos de mi alcance, tan alejada que el eco de mis pensamientos no era oído por tu sien. ¿Cómo podría saberlo? Correr atrás de vos, para buscarte en un callejón donde te encontraría con la seguridad que me invade siempre que estoy inseguro con algo. ¿Y después qué? Arrastrarte a mi cama para esculpir tu figura, apalabrar un contrato fiel y utópico, volvenos la unión de dos mares. ¿Y morirnos? Alejar las crueldades que nos rodeaban (y nos habitaban) para encontrar extrañamente la solución a un problema lejos de ser ideal. O te reirías en mi cara de las ocurrencias que me desviven (¿Y me besarías o te irías?).
A lo mejor, sería bueno que no vinieras, y que todo fracasara como está predestinado. ¿Los recuerdos valen más que los zarpazos? Es mejor valerme de mi propio esfuerzo de mejorar mis cosas, superar los dolores, elevarme sin pensar cíclicamente en cómo nos lastima el vaivén. Me pareció escuchar la puerta de entrada. Tu silueta completa el umbral, me mira con una sonrisa.
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Me alejé y alejé corriendo de una casa mortal con abrazos que saben a final. Las palabras sonaron escupidas y faltas de postura. Un manojo insultante de vocablos. Percibí el repulsivo ambiente de sus brazos con calor y sus ojos deslustrados. Tan llena de él, que me daba arcadas.
Seguramente terminara volviendo sumisa a su ardiente colchón de sueños, para dejarme succionar la energía y derrotarme en mi cansino orgullo. Las noches tendrían que pasar repetidas y como un intento fallido entrar a base de error en mi entendimiento. ¡Qué difícil la compostura con la solución temporal a un dedo de distancia!. Un beso y un perdón, sin mirar debajo de la cama al sinfín de siniestras cuestiones de las que no se habla. La simpleza del olvido cuando el perdón es tan caro. Bah, la simulación del olvido. Y mirá para otro lado. Esas cosas nos mueven los esqueletos. El buscar su amor y a su manera definir un tronante prefijo que nos caracterice. Los protoamantes venejecidos del desencuentro.
Habíamos hecho el amor. ¿Eso es hacer el amor? Con la nariz fruncida y la estocada de estar en el lugar de unos cuantos anónimos para mi pensar. No te iba a inculpar, de eso se trata estar juntos, esas son nuestras reglas. Las cosas que no se tocan, las cuestiones que no se zanjan y las palabras que no se dicen.
Me debías estar esperando, muy satisfecho de vos mismo, de tu inteligencia sin precedentes, como un chico que pierde un juguete y que le traerán uno nuevo, a la espera de mis brazos que caen siempre menos hoy. Haberse ido para siempre no es cosa de todos los días.
Amanecería en un par de horas, pero no para mí. ¿Desfiguraría la apocalíptica espera la tentación de querer dejar de sufrir? El momento de gloria, el cenit de mi fama de cantautora cómica en las relaciones. Había una simple complejidad de obsesión de sus mares y los míos, con aguas y olas de densidades dispares, que se chocan y se superponen y así forman un mar en la frontera de aguas, algo tan poco probable como mi volver esa noche. Me terminaría llamando por un beso triste y tenue, luego intenso y más triste, pero para nada sincero. ¿Cúanto sincero desamor hay en un beso? De mi parte, el vacío propio, y la incercia de la gravedad que nos atrae y no suelta las manos.
Ya el calor se siente asomar por el horizonte desperfecto, y calentar mi cuero cabelludo, base de opreaciones de mi despeine y los razonamientos veloces. No volvería. Estaba decidido desde un principio. Lo encontraría ahí tendido, sin hacer ni un esfuerzo por encontrarme con la seguridad de que y lo encontraría a él. Era un poco de asco, capaz, o un poco de lástima, y tenerlo en mis brazos, y que me tenga en los suyos como si teniéndonos mutuamente evitáramos caer a los abismos de los charcos.
A lo mejor, tendría que volver y solucionar las cosas de frente, lograr evolucionar y desvanecer grietas. Hizo algo de ruido la puerta de entrada. Mi silueta completa el umbral. Y él me mira y sonríe. Yo voy a caer.
lunes, 19 de noviembre de 2012
viernes, 16 de noviembre de 2012
Por que te sorprenden mis
pies duros
Son el legado de tus
pocas palabras
Todo lo que me alejo es
desde adentro
Cuanto más cerca, menos
así me siento
Y no hay excusas que
oculten algo
Sabemos todo lo que
despreciamos
Es que vivís quemando mis
entrañas
Las calles desde adentro
estallan
En el ocaso de mis
propios sueños
Vamos fingiendo lo que ya
perdimos
No es verdad si no está
en mis dedos
Y desde atrás tu cielo
está repleto
Ahora hay que decidir las
cosas
Desarmo todos los
recuerdos tuyos
No hay nadie afuera que
sepa donde voy
Nuestro abismo está en
todos los miedos
miércoles, 14 de noviembre de 2012
La callada gravosa que hirvió tecnicismos del amor. El febril encanto
políglota de las bellezas ahumadas, de ojos jugosos y de generosos besos
repartidos. El carácter turístico de su querer, con parada en mi pecho,
y su moraleja no karmática de buscar los atascos. La hegemónica
aversión a las noches malón encastrados de nosotros, refinados de los
demás. El arquetipo de sus filos, curvas austeras con los lugares
tormenta, presidiarias en vilo del aplauso culminante. El atronador
enigma del paso al horizonte y la referencia medida de la forma y la
especie.
lunes, 12 de noviembre de 2012
Seguro
del mundo donde vive, en algún lugar del cosmos alguien se ríe. Y sueña riendo,
que la porquería no lo alcanza, y sonríe con las cosquillas que le hace alguno
que pasa rapidito entre los dedos de los pies. El vuelo y la ilusión enjuagan
dolor porque conversando se cuecen sus propios planes (una armonía de amor a la
galaxia). La nave que los llevaba atravesó un muro de hiedra verdadera, los
llevó a donde no esperaban llegar. Viajan en el tiempo tantas veces que el
pasado se desvanece en un destello de párpados. Se conocen tanto que ya no son
dos personas, ni una sola. Se fusionan, se entremezclan, se separan, dividen,
son dos aguas, y son manantiales de riquezas vocales. Son el amanecer, y están
en el ocaso para gritarse a gritos lo que los ojos van a callar. Los cierran,
no se podrían abrir y no hay que hablar.
sábado, 10 de noviembre de 2012
La novela para cambiar el mundo, y lo que vale en ese momento de los astros rompientes entre cada silencio moldeado infantilmente. Las palabras decorativas que encierran la marcha del ejército de ilusoines y sus bayonetas dispuestas a picar a los de ojos cerrados. Lenta, lacerante, mortífera y torturadora agonía con el desgarro de la piel apuntalada (el sonido al entrar a la carnicería de suertes).
jueves, 8 de noviembre de 2012
Una
confesión: de tanto pasado, el pisado fui yo. De tantos sueños, se me enredó la
manera que me eleva. Y ahora me chupa la sangre el estancamiento de la muerte
recursiva, del recuerdo anegado y de la discapacidad de aprehender lo que se
hace y no se piensa. La ira que decanta alelada de la tumefacción por su fiebre
(el alimento de tu pueblo). El abrazo
que me condena, el abrazo del final, el abrazo de la ansiedad por ese abrazo
que no se da, que no se dio, por la cuestión que nos apuñala y nos acongoja. El
instante en que se deja el uno para fundirse en el resto. El aire, la verdad
(invisible), levantarse, mirarse al espejo y encontrarse con la lluvia matinal.
Desaparecer, un degradado paulatino de
lo que me corresponde por derecho.
La
mirada en tus ojos tiene sal.
La
forma de tus besos tiene tiempo.
La sangre
en tu figura tiene sombras.
La
sombra que proyecto tiene espacio.
Las
galaxias que nos miran tienen luz.
La
espera en mí tiene penumbra.
La
lluvia que me habita tiene vida.
La
huida por tus verbos tiene prisa.
La
agonía de los restos tiene hielos.
La
palabra del despido tiene cuerpo.
La
corriente del río tiene segundos.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Un reloj que
habita sólo en las madrugadas frigoríficas en estaciones ventosas. Un
tiempo que pasa polimórfico como una sombra de esas que acechan sentadas
en asientos de piedras y se esfuman cuando la desolación nómade se
traslada a otro cuerpo, con la misma voz. Las noches no tienen la corona
de soledad, ese podio pertenece a la mañana helada que te despierta de
un bofetón de hora ymedia con la aceleración automática y los acosos de
las sombras de los asientos de piedra. Y el ajetreo diario de las hojas
piloto que surcan las estaciones donde el frío ocurre para verificar que
la moldeada rutina maldita se ejecuta armónica y según lo trazado. Son
las mañanas las que nos hielan los sueños como si sus juegos fueran
morbosas actividades de titiritero que se ensaña con sus propios
títeres, que tienen la muda expresión de los sin voluntad (de esos los
hay sin ser de madera).
He despertado ahí, entre los asientos de piedra, y creo que formo parte del credo de sombras acechadoras, y he espantado a más de un sueño, con mi aliento de mil verdades distorsionadas. La vida de maldad está sobrepoblada, ¿Cómo podría ser de otra manera? Es que vivir cien madrugadas de hielo en los párpados te amiga con algunas de las costumbres más crueles. Y la crueldad cambia de perspectiva porque se vuelve cotidiana, como reinventada venganza. Cuando se habita en las frigoríficas madrugadas en estaciones ventosas se ve que las sombras son personas llenas del miedo a convertirse en las sombras que ya son, o mejor, miedo a tener que ver y aceptar que son sombras que antaño odiaron y temieron, y ahora se temen y se odian por no querer verse a sí mismos. Sometidos a un destino que buscaron desde lo profundo de la negación profesan la venganza como medio de redención antidemocrática, que es la suma de las partes anuladas. Y alimentan un estilo de muerte que no quieren comprar (aunque lo tengan gratis) y perpetuan el ser iguales en materia de dolor. Ser una inexactitud con la venganza vana contra ellos mismos duele. Cada victoria y cada disparo esa su vez una derrota y una herida en sus cuerpos desvanecidos. Las guerras son eternas y hay un despuntar del alba pronto a materializarse. Un rayo, dos y un millón esquematizan la ínfima parte del despertar del sol, que disipa la escarcha de la piedra (de los asientos) y vive una vez más para que todas las sombras duerman o viajen, pero que principalmente sean humanas como los son en su primerísima hora. Y el frío, es pasaje de una y otra hora, y el bofetón que ya no arde es recuerdos, y todo y nada. Tal vez no sea en vano.
He despertado ahí, entre los asientos de piedra, y creo que formo parte del credo de sombras acechadoras, y he espantado a más de un sueño, con mi aliento de mil verdades distorsionadas. La vida de maldad está sobrepoblada, ¿Cómo podría ser de otra manera? Es que vivir cien madrugadas de hielo en los párpados te amiga con algunas de las costumbres más crueles. Y la crueldad cambia de perspectiva porque se vuelve cotidiana, como reinventada venganza. Cuando se habita en las frigoríficas madrugadas en estaciones ventosas se ve que las sombras son personas llenas del miedo a convertirse en las sombras que ya son, o mejor, miedo a tener que ver y aceptar que son sombras que antaño odiaron y temieron, y ahora se temen y se odian por no querer verse a sí mismos. Sometidos a un destino que buscaron desde lo profundo de la negación profesan la venganza como medio de redención antidemocrática, que es la suma de las partes anuladas. Y alimentan un estilo de muerte que no quieren comprar (aunque lo tengan gratis) y perpetuan el ser iguales en materia de dolor. Ser una inexactitud con la venganza vana contra ellos mismos duele. Cada victoria y cada disparo esa su vez una derrota y una herida en sus cuerpos desvanecidos. Las guerras son eternas y hay un despuntar del alba pronto a materializarse. Un rayo, dos y un millón esquematizan la ínfima parte del despertar del sol, que disipa la escarcha de la piedra (de los asientos) y vive una vez más para que todas las sombras duerman o viajen, pero que principalmente sean humanas como los son en su primerísima hora. Y el frío, es pasaje de una y otra hora, y el bofetón que ya no arde es recuerdos, y todo y nada. Tal vez no sea en vano.
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