viernes, 20 de marzo de 2009

Los ínfimos cielos se escurrían ocultos. Las nubes fundían su piel con los muros. Los pensamientos eran lágrimas y los besos, impíos demonios castigadores.
Nadie cruzaba la calle y solo el frío desgastaba el asfalto. La luna había hallado el escondite y el viento dormía enmutecido.
Los susurros, secretos añejos, despedazaban lo obseno del amor y el gotear de la lluvia volvía argéntea la sangre cruelmente derramada.
Nada parecía que quisiera parar en algún momento.
La facultad ya se había vaciado. En las aulas, una paz inquieta habitaba los suelos. Cada asiento, cada mesa, escritos anecdóticos que denotaban juveniles desventuras.
Invisibles alumnos vislumbraban inexistentes clases, mientras el caos no manifestaba ni recuerdos gélidos aquella noche.

Sin embargo, ella, sentada, lejana, envuelta en vacío, imperfecta criatura dueña de un sinfín de miradas, tan solo habitaba la inventiva de sus versos. No podía correr, ella lo sabía y como maldita lloraba en el seno de su vientre.

Nada la esperaba. Sombras.

1 comentario:

Teph dijo...

que buen textooooooooooooo mil qe no pasaba por aca diegoooo :)
un besote