martes, 14 de abril de 2009

Más que mirarla, abultaba sus ojos del inconcluso amor que se le otorgaba, ya fueran luces risueñas o tenues mordidas voraces del corazón.
Tenía un don para amar, y lo empleaba como gozan los jovenes, perdidos en los páramos de la quietud del techo cerebral, ansiando más frenesí que heroismo.
Y es que la lluvia cubría su boca, y el mutismo de la arena plagaba sus ilusiones y las abrazaba con lenguas flamígeras salidas de la conciencia o ya no la amaba, y se controlaba engañado creando su escalera a un destino mutilado, imaginando sus alas en tan desértico universo oceánico que era su vida.
Y profundo estaba, caía. No se encontraba ni con su sombra, tonta como ninguna, escondida tras la roca de la pasividad.
Volaba en un globo que conducía a un nulo periplo, que se inflaba con solo la ausencia y remontaba el viaje del invisible.
Sólo. Eso. La nada.

1 comentario:

Mariela Castillo dijo...

Es genial, me gusta la manera en que escribís y como te expresás.
Es simplemente admirable. Un beso che, un placer haber hablado con vos.

Lo mejor para vos!