Tempestad. No había ni un juego que nos contentara. Sublime cada erosión, cada vértice, cada fin entrecruzado. Quiebra mis ojos el vestigio y la vorágine. La voraz inexactitud rigente. Desaprendí lo andado, enraicé la mentira y la pirómana visión. Nos juntamos en silencio desprendiendo lo aferrado, demostrando que todo es lejos, y que nada es fin. Diseñé mi suicidio como si no hubiera nada más, y ahora lo saboreo desde el ojo del huracán. Tempestad. Que hermosura como cristaliza los párpados y los dedos, mis eternos compañeros de ruta noctámbula, que no tienen un pernoctar y me añoran como niños exiliados de la felicidad. Insomne el momento que forjamos. No conseguí bajarme la última vez. Siento mis pies colgando y la ruta pasando bajo ellos. Y ya no, ya me caí. Allá vas.
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