sábado, 4 de diciembre de 2010

Dentro de nuestro afuera se gestó esta tormenta, que hoy azota implacable la lejanía irrisoria que hiela el lecho y profundiza la mullida soledad que ambos transitamos ignorantes. Si nos dividimos hay un desacierto de abrazos exánimes y un discutible adiós improvisado. Se me atraganta la bruma aromática incontrolable, quedó en mi puerta después de ese recuerdo. Todavia no se va a ir. Los tamborilleros redoblan su intención, y ya no estoy tan seguro de nada más que de lo que escucho. Me traiciona mi exaltada impunidad, mi grito primordial y nefasto, lo poco que pensé lo impensable. Necesito mi necedad.

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