Ya no se pernoctar sin pintarte onírica.
Ya no se desnudar sin delinearte.
Cerezos dedos apuntalan las noches acorralando llanuras de amor disciplinado.
Son obligaciones reales las que desdoblan lo poco apetecible que es abandonar, o ser abandonado por ese morboso paisaje que queda como estela mediocre luego de una llovizna intermitente y efímera. Tenemos más que dejar, más que subastar. Toso se puede dejar y aún así seguir vivo.
Somos familias de tierra y humedad, policías como sólo el viento lo es de las aves. Las políticas inciertas que abultan tanto libro cerebral son enjutas frente al gigante cósmico.
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