jueves, 10 de julio de 2014

Pero es inútil. La tonta omnipotencia, una felicidad pueril, sonrisitas de descaro en esencia. ¿Con qué aceitar esa alegría si un soplo daba la forma al aire, justo como quería mi intención? La sensación de peligro sin nada que temer. Una porquería más, toda esa visión global, el manejo de los muertos. Manipular con facilidad es una cosa de locos. A la tarde le faltaba eso, es lo único que le faltaba en realidad, que le pinchen el sillón donde se relame y se peina y despeina para pasar la línea del sol, y los cadáveres de fondo, eso siempre. No es algo remarcable si puedo extrañar por frío tu cuerpo o tu voz y agitando el brazo te tengo a mi lado de nuevo, y la muerte no te pesó más que un abrigo de noche helada. Hasta ese punto desprecio la muerte que te impusiste. Date cuenta, las cosas no son tan cliché y mate y vuelta y vuelta. Ni que sea un idioma la cosa que te buscás, porque eso está de este lado. Casi caminaba corría haciendo un sinuoso laberinto de poetas por el piso, cavilando entre esa fulguración de besos y finura, y lo más hondo del asunto. Como un montón de cosas apiladas, frases que se gastaron con el dedo pasado y relamido (dulce de todo).
Es insolente, sos insolente. ¿Cómo podés decir algo así en un momento como este? Con una muerte entre los labios que shh, silencio y un cierre a quemarropa para tapar algunas cosas que están queriendo destaparse y volar por ahí en trayectoria de mosca.
¿Pero cómo si no? Sentir agolparse una noción de suspiros superiores, como algo más que el sol entibiando la silla, con esta pulcritud en mis manos (¿y en otro lado?) siempre a tiempo en la huída (sucias, allá sucias). Porque era un poco eso, una casa ocupada sin calefacción y un penar del que escribe en un muro y que se mueran, pero ni a sonrojarse el resto.
El régimen de persecución en esa comida anti horaria envuelta en servilletas, servida en una plaza, comida por una boca que dice que está rico y que hace frío, pero nunca que no está sola y no es una boca sino dos. Lo más simple es cerrar los ojos (de las bocas, no otros) ante la duplicidad de una sonrisa.
Aunque sea culpable y todo eso, ¡qué ganas de joder con eso de seguirme a todas partes! Ni las esquinas de los sueños me sirven de consuelo. Un conocimiento de grado mayor sobre mí mismo, las esquirlas, los matices de pseudo escapes, escalera ya adiós, la misma habitación. ¿Con qué derecho de adjudicarse un poder de magnitud tal? De algún lado salía todo eso, y ya el principio de mis sospechas después de la noche. Un desvelo se pasa ameno con un punto de reflexión, una introspección, diálogo, alter ego entrevistador.
Ya estaba impuesta esa calma de tiroteo ahí mismo, en la alfombra del cuarto b, y de la casa el perro el polvo. No, departamentos no, cosquillas ahí no, tampoco, no, no, no, y abrir los ojos del sueño que sostiene telas de oscuridad. Era verdad que todo tenía que ser así. Una precisión en la incertidumbre, la piedra al costado del camino. Porque si no...no existiría otra forma de ver las cosas, las formas y las factibles cuestiones del tacto. Por una razón finalista que explique con sagaz firmeza esa presión pronta a salir (latente) que me tapa los oídos. Es la urgencia de todo pensante, o más del humano, de tener una explicación que le duerma los ojos sin temer el cielo que cae sobre las cabezas. Por eso ante la sensación de fantasía la sensibilidad se hermetiza, como ante las obras de música improvisada que derivan a niveles imprevistos (improvisada) a las 3 am y con la bebida caliente en las mesas de algunos más que amigos. Y salir bajo la lluvia mortecina que riega de noche las vueltas después del abrazo y nos vemos luego. No pasan ni tres cuadras y otra vez el ojo muro mira desde una pared (mojada) y cuenta los pasos, dos, tres, y cosquillitas en el tobillo. Nunca pararse para el rasque en esos momentos, cosa que enseñan desde chicos las madres santo desengrase para el salvoconducto en las salidas sin supervisión. Y así parado (arrodillado), rascando el tobillo siento el encuentro con las cosas que rondan los sueños. Pero ahí, en plena calle al seiscientos, como abrazos tiempo atrás. Rostros que ríen, o abrazos que ríen, y ya sin más se me cuela ese miedo de chiquillo aceptando un caramelo que es un abrazo que ríe, y un rostro que ríe, y la música improvisada con la lluvia y las veredas que saben a noche. Es entonces que dudé con un poco de seriedad una muerte de ella, la polaca. La nombré como nunca lo había hecho, con un susurro terminado en respingo. Entendí que era un anagrama (de forma no lingüística) de las cosas que me estaban pasando, y su borroneo podía significar mucho más. Como si reordenándola en mi cabeza pudiera llenar los huecos de inseguridad ante cuestiones harto reflexionadas. Toda la circunstancia confusa torno a su muerte daba qué pensar. Más allá del amor y la cuestión nostálgica, estaba la duda, la incertidumbre de qué fue lo que pasó y qué hubiera pasado si una llamada, una cara dada vuelta y no pasaba lo que pasó. Porque el recuerdo es el arma de doble filo en las bofetadas. Cuando se le da paso a la añoranza en medio del chasquido de la tormenta en la mano se pone sobre la mesa un montón de asuntos que ahora estaban entre mi pelo y mi piel.
Para cuando llegué a casa y con dificultad di vueltas a la llave para encastrarla y dejar atrás el aluvión de pasos, cobijarme y sentir que no hay nada más que eso, ya el ojo muro estaba apagado. Pero sabía que en el preciso instante en que lo requiriera mi cuerpo, levantarme, ir al baño, salir, todo lo mediocre que llamamos vida cuando la vida es mucho más que eso y donde surge nuevamente una idea de imposibilidad del lenguaje para las expresiones, se prendería como debe prenderse, y trazar el itinerario de mi ciclo como jodiéndome adrede y sin querer. Pero eso ya era cosa de mañana, porque por hoy… por hoy no. Cerré los ojos con la idea fija de que todos somos buscadores de algo.

domingo, 29 de junio de 2014

Es preciso que no vuelvas para que mi plan urdido hace tanto cobre efecto. Es preciso que no vuelvas, sólo así podré encontrarte. Yo sé que del tiempo no hay retorno, y somos dos de cada parte, cenizas a cada lado, con una fuerte amalgama de final. Andaré por corredores mansedumbre asimilando tercamente lo que llamamos gemas, ardiendo como todo un devoto al suave crisol de tu piel antaño mi cáliz y hoy eternamente algo más, lejano y cercano, pero sobre todo eterno. Parece hace tanto que fuimos peces de colores en un cosmos absurdo y voraz, como fríos contracorriente, un gran salto al siguiente escalón. Y hoy, en repetición, somos nuevamente el viento que sopla en la cara de alguien más. ¿Hasta dónde habríamos llegado esta vez? Al lecho de piedra, elemental en el propio nacimiento, máxima expresión de un nos sobre el yo. Hoy la noche es la cuerda que le damos a la vida, y es también la pura salvación de un quehacer. Pero es preciso que no vuelvas, así está previsto, no hay que contrariar a los designios. Es que si volvieras no sabría dónde encontrarte, ¿serías el sol después del camino o el ojo de la tormenta? En cambio ahí tan fría, apretada como una tonta a los horarios de tránsito muerto, aguijoneando el desprolijo estandarte que te define, la participación del verbo ansiado (hoy también). Entonces no habría reproche ni signo alguno de crimen, ni sangre ni la estela de un olor que me suplica huida. Como parte final del plan, inventarte, descubrir qué melodía te define, y hace de vos algo cierto pero ejemplar, y basado ya en eso, interpretar esta carencia como el baluarte definitivo de una oportunidad extra, de que todo volvería a ser si lograra que no fuera, ergo irrevocablemente dejarnos las sombras o lo demás para después, y llenarnos de despedidas, siempre áureas, siempre despedidas.

lunes, 19 de mayo de 2014



1
La polaca. La polaca en los brazos de otro. La polaca besando sus hombros, tocando su pecho. La inercia de sus cuerpos volando contra mis ojos. La pared de mi mente que implosiona ladrillo por ladrillo y deja ver más allá (donde se besan, se tocan, se abrazan). La calleja penumbra por la que corre la polaca para alejarse de mí, lejos, muy lejos de lo que conocemos. Bien cerquita el fluir era imperceptible. Hermosamente adormecidos entre el presente y nosotros, sin pasado ni futuro. La polaca que goza y estrepitosamente ríe del incendio de nuestra alcoba, de la corrosión de nuestros caminos. Sin embargo, parecía feliz. Feliz de la corriente de mi sangre que fluye por el piso, de la penumbra de mis ojos opacados por su luz, de la rabiosa forma con que besa lo que no es mío (esa fuerza de posesión incontrolable). Tenía la pedante manera de caminar sobre mi cadáver (¿Ya dije que yo era un cadáver?) sin mirar atrás. Me pisoteó y no le importaba. También me pisotearon sus mentiras, me pisotearon sus triquiñuelas asfixiantes de amor desalentado. Realmente disfrutaba con todo esto, con lo que perdí en las partidas, con lo que ganó en esta mano (con la suerte de principiante que no tengo). Era su jueguito suculento de putrefacción y humedad. Observarme como un espécimen que luego descartará. Era el desdén de la experiencia pasada, la fórmula infalible para acribillar mi positivismo. La piel ya no importaba. Era la ambivalente pasión de la polaca con su aroma a sexo que una y otra vez me llamaba para que la tuviera, la que me afiebraba impunemente para perderme en una relación de amor despiadado hacia ella y su infinitud.
Al principio los pasos sobre la madera sonaron tímidos, indecisos. Eran como esos besos primerizos de una adolescencia que supimos tener (y que nos reencontraría cuando la causalidad así lo quisiera). Me recorriste una y otra vez, alrededor y por dentro, hasta que extasiada, colmada de mí te repusiste del cansancio de viajar y navegar, y posaste tu posteridad en mis manos. Las manos tuyas, manchadas de tinta, las mías, de polvo. Si nos quedábamos así por tanto tiempo, nos volveríamos un montoncito de polvo en un rincón, el viento nos tumbaría, claro está, pero estábamos descalzos y, en estos cruciales temblores, estar descalzo es la clave. Tampoco me resistí a esa transformación. Dejamos que la lentitud nos apaciguara la llamita de la inequidad (tus besos tienen distinto peso según la estación).
La polaca, ay, la polaca. Me sabía a libertad, me sabía a frenar. Estar con ella es volar, y es dejarse llevar por pasiones que se desatan. Estar con la polaca es mandar todo al carajo, es la idea de que estacionando la angustia desaparecerá y con ella vendrá el goce eterno de la vida sin problemas. Estar estando es vivir respirando, sonar el chasquido de sus dedos que me hacen verla. Fue tal vez por eso, que en ese instante me dolió más que nunca no tenerla conmigo.


2
Desde antes yo te había soñado. Había tenido una visión de retorno, de reencuentro afectivo. Te encontraba brazos abiertos para mostrarme un lugar donde nunca me desintegraría. Eras para mí una causa perdida (y encontrada). Extrañamente no corríamos, aunque teníamos a todos buscándonos y ningún deseo de ser encontrados, porque no importaba. No importaba otra cosa más que tu recibimiento cafeinado y mi quiebre de vencedor vencido para ser atendida por tu pulcritud. Probablemente más de una noche soñé eso, pero hubo una que destacó su forma. En él íbamos en una balsa a toda velocidad, como escapando de las luces matinales, pero no nos desplazábamos. En el preciso instante donde un arpón atravesaba tu pecho me desperté oliendo pasto húmedo, con la cabeza tan en ningún lado como vos y tu ausencia (extrañarte ahora sería burdo). Había tanto para extrañar que no alcanzaba un sueño para completar este encierro de mi propia alineación. Me faltó postura para tener dignidad y llamarte a patadas para que entiendas que tan lejos no podíamos ir (que no podíamos escapar de nuestra piel y sus vicios). Al fin y tarde entendí que la eternidad que se sueña es opaca en nuestros ojos porque no deja ver el piso. Que las trabas que encontramos no son otra cosa que vivir y vivirnos, y que llegar a esa eternidad no es cosa de hoy ni de mañana. Para perpetuarse hay que soñar, y para soñar hay que vivir (los sueños viven aunque no se los sueñe). Es que al final no estabas, al final no te escondías bajo la cama para sorprenderme y reírnos, sino que probablemente estarías masticando una soledad, leyendo en un sillón, sumergiéndote en música, como en tus peores momentos (acaso este era uno de ellos, o no). Me estarías sufriendo y queriendo con un puñal en la izquierda y un reloj detenido en la derecha (¿Te recordé el reloj de pie sin cuerda que sonó el día de la tormenta y fin de año?).
Tengo de todas las verdades, la menos cierta. Cierta es la noche con sus arropes y quimeras. Cierta la química de las sábanas con melodías de cuarto de hora. Me era más fácil extrañar. Y es que ahora estarías leyendo en el sillón de moho tomando el receso de tu desesperanza, fabricando un regreso cafeinado con los brazos a medio abrir. Estarías desarmando desencuentros, volviendo inicuo el palpitar extravagante de tus pupilas (templo de fe para mis labios resquebradizos), sin más efecto catalizador que el cereal en el piso (¿Y esa pelea y el reloj detenido?).
Podrías esperarme con el reloj de bolsillo en la izquierda y el puñal en la derecha, descontando a cuenta gotas el cáncer del aire que susurra con malicia que ya no hay más leche, ni huevos, ni sonidos. Respirando el mal que hace la tarde pesarosa un infierno acá y allá.
Y ya no está y ya no estoy. Pero de algo estaba segura esta vez y siempre. Voy a volver.