De su forma de andar no había dudas.
Que mascaba pena para no tragar miseria.
Me preguntó por los besos de los tipos efímeros.
Las enfermeras de sexo y los juegos de sueños.
Y me preguntó también por qué los hombres buscaban ser más que ellos.
Morir felices de haber sido héroes modestos de la vida.
Se creyó brillante, reviviendo los muertos.
Y en el fondo no había resuelto ni siquiera un duelo.
La adolescencia afloraba de celos afiebrando a la dama.
Le quemaba en la lengua ese idioma imperfecto.
Saltaba infantil para ver por la ventana.
No había vidrios, afueras, juegos, ni persianas.
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