De su forma de andar no había dudas.
Que mascaba pena para no tragar miseria.
Me preguntó por los besos de los tipos efímeros.
Las enfermeras de sexo y los juegos de sueños.
Y me preguntó también por qué los hombres buscaban ser más que ellos.
Morir felices de haber sido héroes modestos de la vida.
Se creyó brillante, reviviendo los muertos.
Y en el fondo no había resuelto ni siquiera un duelo.
La adolescencia afloraba de celos afiebrando a la dama.
Le quemaba en la lengua ese idioma imperfecto.
Saltaba infantil para ver por la ventana.
No había vidrios, afueras, juegos, ni persianas.
martes, 19 de julio de 2011
domingo, 10 de julio de 2011
Tengo el destierro en mi cabeza, más allá del cosmos ínfimo de tu intimidad. Soy un vestigio del exilio sometido, de la condena marchita que asevera la ilusión de la conquista hipnótica. Desarraigado hasta excretar el mínimo ápice rub, despistando el caos utópico del infierno que cae en tu rostro.
El destino me engañó.
El destino está desenrraizado, es un desconcierto, una armonía de noche, una superación de lo nefasto y lo mediáticamente imposible.
El destino me engañó.
El destino está desenrraizado, es un desconcierto, una armonía de noche, una superación de lo nefasto y lo mediáticamente imposible.
miércoles, 6 de julio de 2011
Cuando me regale el tiempo la ilusión de que queda un instante más sin estrenar, creeré que no había destino elucubrando malezas paganas contrarias a mis deseos. Es verdad que lo angosto me heló la partida, que lo volátil de una mirada desequilibró el amor, y que la escenografía estaba tras el telón exhausto. Más allá de todo, es la credulidad lo que me impulsa a estar quieto. Las miradas de las bocas se posan en mi frente, en una embestida catastrófica de fines azarosos y pulcros. Eleva el sublimar, el creer, el despertar. No tengo perfumes, que son armas en manos de amantes, con la fuerza eterna para hacer florecer y marchitar la luz del suelo. Me arranca la piel no volver a tener ni un ápice de cordura tierna. Y no creo sentir la mano divina rompiendo mi pecho, y quemando mis venas. Es mas bien la tuya, la que escala profética la supremacía implicita. Es irrisorio el trato mundano de los cuerpos descarozados, desvinculados del propósito aciago, intrínseco hasta el término.
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