El incienso que afloraba nuestras bocas era el premio ante el juego de azar que perpetuaba sólo el goce de los labios.
Un patinaje de jugos, un brebaje que se cuela entre los dientes y abraza ese ínfimo cosmos.
La supernova orgásmica que desplaza las galaxias carnosas, la cura de diablos azotadores y sádicos.
Adoré la mansa superficie de sus ojos, entreabiertos, espías entre el arremolinado morder y el compás acompasado de esa música silenciosa.
Improvisábamos el teatro de gigantes diminutos de nuestros vapores, mientras conocíamos el desnudo, con el tácto frágil, con los poros labiales, erizando cuadros entre los brillos acuáticos.
El nerviosismo ansioso infantil nos invadía al embellecer los cuellos, al vampirizar tiernamente los pálpitos sanguíneos.
Las palabras se me olvidaban en aquella cacería libre de culpas, el carnaval de colores que nos salpicaban la lengua.
Nunca fui buena para los silencios y cuando aquellas se formaban eran ínfimos, y parecían de hartos años luz, y cuando sucedían nos quemábamos los ojos viendo la dilatada carne ante ese sexo labial, ansiando probar más en un espiral viscoso y caliente de fuerza y de amor.
Si unos centímetros nos alejaban para renovar el aliento, cantábamos enmudecidos armonías de anclado y enumerábamos los latidos prisioneros en los pechos que remarcaban ese deseo de besarnos al sincronizar.
1 comentario:
1 mirada fugaz. Sí, tenés toda la razón. El mundo es lo que uno hace de él y el mayor logro es ser feliz. Pero suelo creer que dentro de ese logro hay pequeños logros que te llevan al logro mayor. Y siento que esos no los tengo. Sin embargo, OBVIO QUE SOY FELIZ! Entonces... Estaré equivocada.
PD: así que ex! me perdí de algo. Nunca fui AMIGA de Lucha igual. Sólo tenemos gimnasia juntas.
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