Desde ya es salir de y llegar a, es un rumbo, pero también
es un origen, un café con leche, un todo eso, una ducha fría o caliente. Porque
del encapsulamiento se nutre la vida, tan anónima en caras azotadas por el
viento. Y eso que es un paso, un estirar la mano para que estalle la burbuja y
se unan el cumpleaños de, con ese pelo atado, la vuelta a casa con la depresión
crepuscular de 6 a 7, pero no. Rechazamos esa posibilidad, la frágil
complejidad de todas las vidas tan complejas y frágiles como la nuestra misma,
un poco por una cultura de la alineación y no por una sana introspección. Es
que lo simple es lo más difícil. Una mujer se ahoga en un llanto que se mira de
reojo, que alienta la frialdad de cerrar los ojos y a mi vida de nuevo. ¿Sería
ese pelo atado parte del ritual misógino de la vida pública? Es que hay tanto
atrás de eso como en el resto, una inquietud, placeres, lo que forma el ciclo
vital. Ese pelo, y estaba atado, y preguntarme si es válido deshacer el nudo,
desintegrar a su vez esa barrera donde todo está por verse. Pero no se ve,
porque al momento de despojarse de paredes y mirar ojo a ojo, que es aceptar
que realmente se está compartiendo algo con poco más que un pobre recuerdo, nos
aterramos y buscamos la seguridad de un árbol allá a lo lejos, el diario, una
novela grasienta. Esa mañana encerraba ese pelo atado y algo que yo no sabía,
una especie de valentía, un coraje al desterrar la impositiva soledad, llena de
despotismo, al acercarme, su llanto, su atado, la soledad, de un suspiro exacto
se desarma por completo y se da. Entonces vaya uno a saber cómo, quiebro de un
salto, con un impulso semejante a nacer me posiciono más allá de mi
correspondiente espacio de nada. ¿Por qué lloraba? Es terrible, dice, y ahora
que parece superstición usted me habla y yo ¿cómo le explico la situación? ¿Cómo
le muestro? Respira entrecortado, me mira con ojos llenos de reproche y temo
ser demasiado ajeno y al imprevisible curso de pensamientos que llevaron a esta
ruptura. Que lo intente, que explique un poco. Pero no entiende que ahora yo
sé, me declara, y que temía este momento, porque nunca me ha mentido, y ahora
que me habló cerró un ciclo que era crucial cerrar pero vitalmente mortal. ¿Podía
ser qué? ¿Y si acaso? Pero entonces. Y ella repite mis pensamientos moviendo
los labios en silencio. Subí sabiendo que al bajar, en un sueño, no importa
dónde, pero usted no está soñando y yo, eso es más difícil, ¿vio? Pero aunque
fueran esas sus palabras no eran más que incógnitas. Sin embargo, yo la
ayudaría, pero tiene que permitirme. Sus brazos me rechazan agitados sin
atreverse a hacer contacto, cómo espantados aunque no hubiera movido mis manos.
Es que hoy iba a sentarme, y me senté, y es que hoy iba, y encontrar, hoy salí
con el simple propósito de generar una reacción. Me apuñala el estancamiento y
esa fiera que desgarra intentando salir, pero una vez fuera, armada de tapado y
paraguas, el pelo atado y una cartera roja, me encontré de nuevo repitiendo
hola, ¡que frío que hace! Pero sin decirlo, quiero decir, siendo de nuevo parte
de aquellos que temen lo que viene con el aire. Y recién, usted, mi
claustrofobia en este cuadrado cortesía cultural y frías sonrisas de té y
panadería. Ya dispuesta a darle un fin, tan dispuesta a nada más, y usted
ahora. ¿Y yo? Yo que rompí esto, y es a usted, de entre tanta gente, es que su
llanto, decisión, cosas por el estilo. ¿Me dirá por qué lloraba? Es que sabía,
y nada tiene que ver con usted, que semejante impotencia, hoy, hoy será cuando,
que se atrevió y yo vengo a arruinarle su momento, porque no es a mí a quien
debía hablarle usted. ¿Pero cómo? Sonrío y la trato de tonta, con toda la
ternura, pero es dura, hasta que sus ojos se ablandan ligeramente, suplicándome
consideración y entendimiento, y se lo doy, arrastrado sin remedio, a merced de
su gesto tan mortal. El tren llega cómo una sentencia a los últimos tramos del
recorrido donde la simple posibilidad rompería toda conexión de destinos. El
avance cruel y el traqueteo, acusando desde mis pies el final de la
conversación y ¿por qué su temor y su preocupación? Pero preguntarle ahora,
culparla de la tragedia que no pasó sería demasiado, una vil actitud, y no
saberlo cuando baje y nos separemos luego de romper el pelo atado, el
cumpleaños de, la fila eterna de quienes bajan y quienes suben. Ella lo
entiende, es comprensiva, y entonces, y ¿entonces? Es que entonces la manía de
tener explicación para todo, ni el recurso mágico, como se conocen las gentes,
etc. Pero el tren llega y algo terrible va a pasar. Se niega mi cuerpo a la negativa,
se contrapone a lo inevitable, se desliga de la obligación de dejar todo bajo
el manto de no sé cuánto tiempo, fácilmente convertible en nunca. La miro con
la urgencia, recién ahí entiendo que lo que realmente me movilizaba no era el
hecho de la separación en sí, algo más profundo en cambio, la renuncia.
Renunciar precisamente ahora a un paso de distancia de que las cosas se
renuncien solas. Ya veo las luces deslumbrantes bajo la nieve que es solo
oscuridad. Por fin el tren se detiene. Somos cientos de personas pero todo es
quietud. Bajan. El vagón se va vaciando mientras oscila la decisión junto con
el viento. Ya no nos miramos, ya no vale la pena, solo queda bajar pero
dilatando la entrega al vacío nos concedemos unos segundos cronometrados como
un réquiem asincrónico. Extiendo mi mano hacia ella, que mira por la ventanilla
fascinada por la pared de ladrillo blanco, y reacciona con lentitud en una
flexión que es una caricia y que se frena solo un instante antes de aceptar con
su peso el abrazo que se dan las manos. Tomados de las manos la miro con la
urgencia. Le sostengo la mirada que no me devuelve. Somos volutas en
ebullición. Pronto la luz me fortalece, traída de un allá lejano, e indómito me
acerco para sellar algo que es exactamente yo, para pronunciar lo que he de
pronunciar.