Pasé por un puente y el aroma a marchito me despertó ilusionado. ¿Se destruía el mundo o era yo el último de los hombres vivos? Yo era el último de los hombres muertos. Solo una coraza vacía, lo externo sin carozo, el cómodo dormir, la insolencia del que se fue y se cree invencible.
Así estoy. Invenciblemente vencido. Incansablemente cansado.