Me despierto todas las noches, a las 3 de la madrugada en punto, 15 minutos, 15 vidas, y tiernamente me abriga el sueño pasado ese lapso.
-Mis sueños deben estallar de tanta congoja-
Al principio ni el recuerdo tenía de estos momentos, pero tras la caida y la subida de infinidad de soles, los detalles se labraron suaves en mi cabeza.
Logré recordar la hora, y luego cómo me sentía al despertar., triste.
Hábilmente memoricé las posiciones en las que me dormía, la cantidad de daltidos, los ruidos externos.
Me sorprendí rearmando en el recuerdo cada detalle de esos endebles minutos.
Pero no recordaba los sueños, ni el previo ni el consecutivo.
Empecé, por tanto, a empplear ese diminuto desvelo para ahondar la envoltura onírica que me rodeaba.
Naturalmente era todo niebla, porque lo que recordaba por la noche era ceniza a la mañana. Escribí, y todo se volvía trizas. Me filmé y hablaba en otro idioma.
Un día recordé un grotesco escbozo de persona que me miraba y movía unos labios probablemente mal recordados.
Me recordé una vez, reflejándome difuso aunque inconfundiblemente diferente a mi imagen. Me sentí incierto, sudoroso y con temor.
Pronto cada imagen fue correspondida por un color y un sonido, hasta que me vi capaz de estructurar todo en una lógica entendible.
En todo se me presentaban estos sueños como el paralelo de una vida que verdaderamente no era mía. Aprendí nombres, lugares e historias en las que yo sólo era un espectador.
Desprecié mi lejanía de esos sueños y esos instantes. Mi día se consumía en la inexplicable agonía de no sentirme otro.
Pronto fui un colérico individuo preso de su propio deseo insuficiente. Encarné mil veces esos ojos extranjeros y gesticulé frases extrañas.
Mis días no importaban, y esos minutos eran el portal perfecto hacia un mundo más allá de lo visible.
Padecía el más extraño desdoblamiento de personalidad, ya que una era un bramido incontrolable, un eco de un pasado diferente o una realidad que mi mente escribía presurosa cada noche.
A pesar de mis intentos me era imposible alargar esos sueños y ese desvelo.
Ahogué mi vida en esa imperfecta sensación de éxtasis y en el salvajismo de creerme otro.
Cuando al fin choqué con la manera de extender esos bocados de aire que vibraban las porciones más infimas de mi integridad, no hubo forma de volver a mi estado anterior.
Ya no reí ni canté, porque en vista mi otro lado era sublime, imperecedero, y como tal me era imposible mofidicarlo, la procelana del ser.
¿Cuando mi otra parte muera, volveré a ser el juguete de mis propias manos?