Me reí. Más por el oficio de reir que por entender lo que de verdad me estaba queriendo decir. Era muy hermosa, las palabras jugueteaban en sus labios antes de vibrar en el aire. Ni un dios hubiera querido apartarse de su mirada, y sin embargo, ella me despreciaba. No. Tal vez no me despreciaba, sin embargo me hablaba de amores lejanos, ajenos a nosotros, y se reía. Dije incoherencias. No lo podía evitar, estaba en ella, estaba para ella.
Quise tocar sus labios. Fui alejado y sentí el rechazo. Insistí. Sí, me devolvía una carnosidad helada, un negativo contacto, tan ínfimo e inhumano que eclipsaba todo concepto de beso.
¿La amaba acaso? ¿Eramos mentiras, palabras huecas?. No lo debía aceptar. No podía. Jamás.
Se había reido, y yo con ella. Un recuerdo que me atormentaba. Si reía tal vez me había querido. Me queria. O solo disimulaba.
Se confrontaban los pensamientos, se diluía el odio misántropo en el querer intenso.
Cebé un mate. Me salpiqué de placer el paladar, llenandolo de amargo sabor.
Soñé, sí, muchas cosas.
Solté la lapicera, y me fuí a saborear los versos de Luis Alberto Spinetta.